Cuando Alan me dijo que me enviaría de viaje a The Wizarding World of Harry Potter en Universal Orlando, fue como si una lechuza entrase volando por mi ventana con un pergamino enrollado entre las garras invitándome a la escuela de magia y hechicería de Hogwarts.
El día anterior preparé mi mochila imaginando que llenaba mi baúl con mi toga negra, mi varita mágica, mis libros de encantamientos y los frascos de pociones. En realidad llevaba una mochila con 4 mudas de ropa, mi iPhone 6, un libro mágico-surrealista de Cortázar; desodorante, cepillo y pasta de dientes.
No era la Estación de King’s Cross de Londres, sino la Terminal 2 del Aeropuerto de la Ciudad de México, ni era el andén 9 y ¾ sino la puerta de abordaje número 22- creo; y tampoco era una locomotora a vapor, sino un aviòn de turbosina.
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